Caminos del Sur: donde el mezcal nombra la tierra
- Humberto Thomé

- 8 ago
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Actualizado: 12 ago

Cultura en Ruta
Territorios que cuentan En el territorio del Sur del Estado de México (Ocuilan, Malinalco, Tenancingo, Zumpahuacán, Coatepec Harinas, Tonatico), el mezcal es más que una bebida. Es una forma de plantarse en la tierra, de vincularse con la naturaleza, de dar nombre y vida a lo que ahí crece, de transmutarlo con el fuego, de convertirlo en elixir que, en pequeñas dosis, cura y alegra el alma. En estos terruños, cuyo ritmo está marcado por las estaciones y los ciclos naturales, la llegada de turistas aún resulta ambivalente, pues se desconoce si los visitantes únicamente posaran su mirada en el o si transformarán profundamente la vida cotidiana.
Aquí, la ruta del mezcal no está trazada en guías ni folletos turísticos. Se dibuja en caminos de tierra, en alambiques heredados y en magueyeras que se resisten a la industrialización. Y es que históricamente, el sur del Estado de México fue periferia de las periferias: lejos de las grandes urbes y sobre todo del radar del turismo cultural y gastronómico. Sin embargo, algo está cambiando.
El creciente interés por los espirituosos ha puesto al mezcal mexiquense en el centro de una nueva narrativa: una donde los pueblos antes invisibilizados, ahora aparecen como custodios de un saber ancestral y de un patrimonio preciado. Justamente el carácter identitario y auténtico de la bebida es lo que le aporta valor. Paradójicamente, frente al interés turístico que despierta, emerge el riesgo de su mercantilización y con ello de la pérdida de su naturaleza patrimonial, convirtiéndolo en una postal sin historia.
En comunidades como San Pedro Zictepec, en Zumpahuacán, o en Palmar Chico, en Tenancingo, persisten maestros mezcaleros que destilan como sus abuelos: con horno de piedra, tinas de madera y paciencia. Varios de ellos conservan variedades de agave endémicas como el criollo, el cacaloxóchitl o el papalometl. Cada una con una comprensión del tiempo distinta que devela sus diferentes ciclos de maduración, nombres que describen su flor, su textura y su relación con lo sagrado. Sin embargo, estas formas de producción artesanal están amenazadas por la falsa idea de desarrollo, por la especulación comercial, por la presión de producir “más rápido” para satisfacer mercados urbanos que no entienden de ciclos ni de territorios.
En este sentido, el turismo puede convertirse en aliado o amenaza. Todo depende de la forma en que se instaure en el territorio, de los valores de quién lo organice y de sus beneficiarios reales. La apuesta deberá ser por construir un modelo de turismo comunitario alrededor del mezcal, que incluya recorridos con campesinos, el conocimiento del cultivo de agave, catas que permitan desarrollar una cultura de consumo consciente y hospedajes en casas rurales. Sin embargo, frente a estas formas de turismo responsable también existe la amenaza de privatizar saberes y paisajes, de convertir los palenques en escenarios y a los maestros mezcaleros en actores de experiencias teatralizadas, creadas exprofeso para nutrir las redes sociales de visitantes desconectados.
Te invito a caminar los territorios mezcaleros del Sur del Estado de México desde otra perspectiva: la de abrir los sentidos antes de fotografiar, la de experimentar profundamente antes de compartir, la de reconocer que cada sorbo de mezcal encierra una una memoria histórica más duradera que cualquier excursión. Porque detrás de cada sorbo ahumado hay territorios que se defienden, pueblos que resisten y una cultura que se enraíza en el tiempo y el espacio.
Uno de los desafíos más relevantes para el turista contemporáneo es generar nuevas coordenadas de viaje. En vez de articular rutas para extraer experiencias, se deben construir caminos que devuelvan algo a los reservorios de la identidad, como son los terruños del mezcal, siendo esta herramienta una estrategia para su preservación. En vez de turistas que consumen cultura, debemos de convertirnos en viajeros invitados a un territorio vivo, con sabor y en donde se recrea la vida de formas asombrosas.
Epílogo del camino
El sur del Estado de México no es solo un lugar donde se produce buen mezcal. Es un territorio donde la bebida es apenas la punta de una historia más profunda. Y si el turismo ha de transitar ese camino, lo conveniente es que lo haga con humildad, con los sentidos despejados, y con la conciencia de que hay rutas que no se recorren con los pies, sino con el alma dispuesta a aprender.





















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